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Publicado el junio 3, 2018junio 8, 2018

Diccionario de contracciones y otros significados

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poesía

cuevas ilustradas

 

 

 

 

 

jardines

esta impuesta dicha de socorrer escarmientos
cansa vidas
y calienta la atmósfera
haciendo que los peces se asen en el mar
sin perder un claro encuentro con la espuma

la impunidad de un horizonte se cansa de resfriarse
contando encuentros
y tantas revoluciones pasajeras

los hongos en las tumbas bailan destartalando el frío

insomne rasco el orgullo desquiciando una indiferencia
pataleando en el espacio del miedo
o pataleando debajo de la lluvia
por el miedo que se pasea cadencioso
arrullando un grito
ávido por envolver tormentas
que claudican con humedad de suelo
con llamativas esperanzas de pasadizos postmodernos
con sus colores llamativos
permanentes en la memoria

por ello no dejo que fluyan pensamientos
en donde no entiendo ese halo
o en donde marco sin aliento la pisada.

exabruptos

un espectro ruge con intensidad de sed y justicia
carente de caricias
vistiendo una explosión de mentiras
calcando su debilidad de signos
con sociedad e inmundicia
en ángulos desconocidos de autores ilustres
que coleccionan palabras

tan absurda su garganta con tanta frivolidad
lo humano brota como una portada
en su domesticada manera de sobrevivir

¿quién muere teniendo la muerte de su lado?
o convenciendo herederos
las generaciones se dirigen
con locomoción que amputa
llegan las primeras víctimas

la lucha se prefiere hueca en admiraciones
con la paciencia frígida.

los rellenos de los tiempos 

se han perdido las raíces de los árboles
apilando su destello de un ánimo empeorado
para colocarse esperando sus poros
cosechando las piedras rotas

los contenidos de los mundos se han empeorado
o se han consolado los pensamientos enjambres
que encuentran los desechos pensamientos
cuando se han trastornado las orientaciones
o los contenidos de los argumentos infames

se consuela el destierro
condimentando su secreción
encima de los ermitaños dolientes
de conspirados amaneceres

se han dilatado las vistas socorridas
que han hecho su perspicaz aliento aterrador
para secretear las soledades
las pordioseras fronteras de una mente mundial.

se han conspirado los remiendos
de sacudidas enfermizas que se desmienten
y que surgen como desdicha caprichosa.

remiendos

contentos empalagos de perspectivas ilustres
seguidas de mentes energúmenas
que desbaratan las páginas comunes
de las historias secretas.

la mentalidad atroz se abruma

es la dirección de las esencias
que emprenden su camino en tramos
que se cansan cuando se pierden de sus pasos
de sus desgastes que se atrancan para su grano
de existencia.

su gota inmaculada de universos
y su gas metafórico de vistas se condimentan
para descontinuarse en historias
y secretearse con las entrañas inacabadas
perecederas de ojos conspirados.

 

son campos infrahumanos

pueden llamarse los estantes
de mentes que se admiran
como sus lados expuestos
para comentarse conteniendo llagas prácticas
que compensan los rostros
en su integridad huidiza

mentales cánticos apedrean
los desganos
hechos nudos
desperdiciados y atontados
contenidos en su yugo
para ser calles desiertas
o extrañas llanuras con vastos espacios
suspendidos en su imaginación

cuando se desgastan desfavorables
soy grietas que se pierden
como tientos despellejados

rocíos se traman como suicidas
como rasgos de vidas insalubres
se tapan como la esquina contra la pereza
que pierde los rostros en sus pozos particulares
las primeras vidas se han hecho su historia
se han refinado como tantos horizontes
de cifras insanas
que son su admiración

un árbol
sin semillas
sus condensadas nacionalidades
sus comentarios se pierden al ritmo de su desperfecto.

 

disgustos ermitaños

los ríos se revuelven
sobre soliloquios esquivos que se maltratan
colindantes y eternos
son los llanos contentos como elementales disgustos
con su pelea de pertinente raíz
con las cuevas entumecidas
disgustando su sabor amargo
condimentado su perversidad
entendiendo su sabor
y su oprimida dimensión encuerada
canta con su desdicha pasajera
para entender la nada con los ríos esclavos conspirados
llenando el sabor energúmeno

el clavo que es la angustia
la condimentación poseída
de tiempos que no terminan su metáfora
ni su simulación de paisaje

los restos de una fascinación
se compensan como la soledad marchita
como la pérdida de una historia
en su soledad característica
compenetrando los renglones estacionados
contemplando y amartillando recuerdos
los destinos contra los rugientes rostros
se cansan de merecer el cosmos
el recuerdo yerto
cuenta el resguardo de ilustres disputas
distancias cosechan cantidades ilustres y deformadas
contra los encuentros extraviados
de personas en una pausa.

 

 

inexperiencia

 

el jardín se ha vencido

las soledades son árboles que ladran en fila
que luego danzan desordenados

son ellos
solos
para sí
con su ánimo arrullo.

 

el recordar

vagas desterrando un lago sin ideas
pensando siempre como el práctico oleaje

jamás ves atrás
un árbol sin costumbres se refresca en el mar

pero allá vas
corriendo
es el instante de otro giro cósmico
allá vas
descansando
el tiempo no ha dicho la palabra
la ocasión es hoy
la mañana es clara

las montañas
y la brisa…
se desperdicia en cementerios.

 

tus ojos

los vientos son las aguas cristalinas
las aguas cristalinas son tus ojos

pero tus ojos son las ventanas
a veces ausentes
a veces abiertas.

 

reconciliación

he desconectado el anochecer del día
y sopla un viento fresco

la conciencia amaestrada
se coordina con la fortaleza cruel
cobijada con una somnolencia
de la tierra de maravillas clandestinas

enloquezco lleno de ansiedad
junto con aglomerados proyectos

depositados en nubes de mármol.

 

llueven los consuelos

me inventa el rayo
me mezcla con la pereza de suicida humedad

no seré el día prematuro
no seré el paseo discurrido
con cara de una muchacha plena de gracia
para decirme
no te quiero porque eres una nube que no me moja

ella llena de mares cósmicos
llena de alternativas

muero de angustia con la diversidad de vegetal

de múltiples maneras me elevo mil veces
pero muero por todos los segundos
y a esa mujer la hago mi tumba.

 

escondites dispares

he hablado mucho de un nuevo muerto
un nuevo muerto que mata
y que amanece con su voluntad
con su biberón que mastica con palabras
convence a las mentes que escuchan
y mi rencor no me aplaude

he matado mi acento de ermitaño
ahora mi aliento se carga
y a la vez descarga mentiras
o un mercantil aislamiento

mojado con el agua del astuto en pesebre
donde huele a mugre
o es oro que brilla detrás de la falta de respeto
muero hambriento
para seguir el mismo paso de mis rastros
siempre el mismo…

siempre calcinado

pero con vidas para matar el tiempo
como si la necesidad
de matarlo fuera un tonto que charla
mientras
¿qué hacer dentro de la congoja cotidiana?

se trabajaba la vida para morir
para cargar con los muertos
en nombre del muerto que mata

el placer de vivencia es asidua esclava de metáforas
las palabras sabias se encuentran en basureros
o en el escaparate de los trofeos

el lenguaje no se usa …
sólo se fanatiza el pensamiento
con hambre de pertenecer a la clase que mata
que así con los cansados argumentos de perezas
dicto astucias
disparando para perecer de hombre.

 

la esquina

ella pasa con su gran intención
todos la ven
ella lo sabe
el alimento de la fertilidad se perdía en el aire

ella no cansada se alborota
ellos sedientos esperan la cerveza

como postes en atontada charla
la inexperiencia ha madurado
ahora son tontos con licencia
cansados de ser tan jóvenes remedan su infancia
echándole la culpa al mundo

ella no quiere pasar más
puede estar mejor en otra parte
ellos ya no la ven
ahora ya no piensan
las bardas no se pintan
alguien no mencionó su amor
nadie se enterará

la esquina sin un sobresalto ha bostezado
ella una vez pasó
ellos ya no la reconocieron.

 

esperas secretas

el ruido inmenso del rito
de recuerdos desterrados
sobre estepas ponzoñosas

el viento se trama pordiosero

huyo de la zozobra

el ave salvadora se desnuda cada que se teje
como hilo que taladra ásperos llanos de hombres

tardes y noches de hojalata
nudos de tierras en paja
rotas historias de modernos tramos de confianza

la modernidad hace y hiere una melancolía inservible
de mutables verdades que empollan servicios
con los litorales y vidas

se fabrican cables descarnados
cuando se anudan las alabanzas

soportes de ponderada belleza de suelos plásticos

lagos interplanetarios
de acarreos de peleas
corren contra los deseos
de hacer lacónico a un sólo hombre
como rienda suelta de calenturas
para latir junto con la presea de pasados

novela

fascinación por la nada

La tarde transcurre con sus nanosegundos parecidos a los de ayer; sin una pequeña modificación. La misma gente en el café de enfrente, las meseras con una intención de amabilidad, pero a la larga dibujan una indiferencia estrepitosa. Aquí en la esquina trago el envenenador humo de esos autos que corren a sus anchas eructando ese veneno.
Escatimo la proeza con fenomenales argumentos llenos de augurios ambiguos, simulando partículas suspendidas en pozos robustos que llenan mi existencia con su vacío.
Me quedo contemplando la forma de una nube, miro su contorno. No me importa que el frío entuma hasta el pensamiento, obsesionado con aquella nube, parezco sentirme grande por el simple hecho de observar algo que los demás no se dignan. Encajo la mirada hacia el parque, para después empalagarme de tanto verde, levantando el cielo gris de algo parecido a un invierno.
Juego en el filo de la banqueta, la pequeña distancia del suelo como un acantilado y el asfalto un mar. Me condeno al alcance de los autos con un charco adelante, los autos podrían mojarme hasta que el agua me convierta en una estalagmita, y con mis labios de azufre forje un arte en levitación a mi alrededor.
Los autos desordenados pasan como esperma sin freno, concertando la creación de mantas con ondas de luz ultravioleta, como si supieran lo que sigue en el guión improvisado de mi pensamiento.

Una mujer cae al bajar de una banqueta. Ella misma se levanta, sin haber encontrado alguna ayuda, de esa gente que pasa sin preocuparse por los demás, ni preocuparse tampoco por el humo de los automóviles que los transeúntes inhalan con aliento masoquista. Los autos pululan por todas partes, sofocan la gente y argumentan actividad de resfrío. Pero las casas cuevas donde vive esa gente son peores, son alquimia de ciudad, donde se concentran las llamadas de los dolores, que desconciertan la acumulación de carcajadas de dóciles aturdidos que no pueden hacer otra cosa que reír como idiotas. Llevándose flores marcianas a la tarea de congeniar su razón y su pereza.
Encuentro una fluida astilla en este mundo deforme, me establezco como una guerra de mi pensamiento. Me hago añicos por ofender la paz en esta tierra de experiencia hereditaria que amenaza levantarse con alta tecnología, que con martillazos esconde un espectro determinado en abarrotar el equilibrio de metas, a las cuales no se ha llegado, ni han sorteado llanos que muestran lo encaprichados que son algunos animales por una competencia imaginaria, suspendiéndose en pedazos que nos toca del planeta al cual los estultos se la están acabando.
Alcanzo nubes para detonar bombas que escudriñen mi animada altivez. Para después ser dueño de los continentes y descalabros armamentistas, que para su coyuntura continental crean desperfectos descubiertos, para subastar los montes y la soberbia de ruedas en ráfagas de pesadumbre.

Quiero hacer trabajar la imaginación y diversificarme como complemento de un mundo, estar aislado de tantos sabores artificiales sin dirigirme a nadie como una actividad que entorpece o alimenta a otra supuesta actividad.
Todas estas posibilidades se encierran en una atmósfera que envuelve una mezcla de agua y frío. Y sí que hace bastante frío hoy. Este clima no me disgusta demasiado, hace encontrarme con un placer que se pierde en tantos estados de ánimo. Así transcurre algún tiempo acompañado de un ronronear excitante de reflexiones que me fluyen intermitentes, a ritmo a veces acelerado y a ratos cadencioso, simulando ser un bailarín improvisado, corriendo, brincando para después caer en el suelo con la tranquilidad diluida en partes maltrechas o mal practicadas, pero al levantarme hacerlo con esfuerzos muy lastimosos.
Sólo recuerdo el pasado y no el futuro y sigo sin creer que fui alguna vez un niño, y de niño pensé que era otra persona en otro tiempo y después pensaba con mi futuro y con la primera vez que hube nacido.
Decidí irme, tomar unas vacaciones de reflexión. Hurgando en conocimientos, buscando libros o algún medio difusor de datos, fue así como encontré mucha información sobre la astronomía, pero ¿para qué quiero estudiar a los astros? Es decir abarrotarme de temas de estudios y de datos en mi pobre mente. Dislocar el procedimiento favoreciendo alternativas del quehacer humano. Como un fatal desarrollo de las causas y deberes, en fin, tendría que adiestrarme junto con las constelaciones, aplaudir con la osa mayor la deriva del nadir y del cenit para pasar al otro lado del ángulo celeste y así mirar desde lejos todo lo acontecido en tiempos pasados y presentes, quizá esté bien, mañana lo pensaré bastante para no equivocar la vocación, para poder estar a gusto con lo hecho y deshecho, manteniendo en acordes distantes estrafalarios espacios de infancias solares.

Hace diez años puse diversas emociones en mi prima Eloísa o quizá deba llamarlas instintos. Me dejé ir hacia la escuincla, queriendo ser partícipe de sus jugarretas a las que se apegaba con fervor. Su actividad cotidiana se concentraba tan sólo en eso, su proceder rompía a veces mi capacidad de comprenderla, pero su desmesura infantil me atraía sin misericordia ante ella.
Como un viento que arrasaba con todo, hasta con mi infancia tardía, arrasaba mi pensamiento en muchas ocasiones, también mi inteligencia, sin regresar nada. Sumida en una preocupación por saber que llevarse de mí mañana y, quizá todo esto no servirá para nada ni para nadie, como si fuera basura que profana las ruinas sobre la tierra.

Recoge lo que encuentra para despedazarlo, desgarrándolo, tirándolo en alguna otra parte. Destroza mis sentidos; cuando jala de mis cabellos, me quedo sin saber si realmente me duele, si escucho bien los sonidos de este mundo. Se lleva mis años desbordados en abismos y me arroja a la obscuridad absoluta, incluso acaba con la eternidad y así ya no existe más nada, ningún escondrijo más allá de la vista. Se lleva mis ideas que me tienen atento para seguir la dirección de mi poca experiencia. Esto es despreciable. Con la imaginación ella se yergue levantando montañas. Me deja a veces abnegado contemplándola, desbordando todo o acarreando para todas partes mis palabras, así me deja con un sabor amargo. Lo bueno es que aquí no hay desiertos porque levantaría tormentas de arena. Pero despertaba lloviznas incrementando su poderío, las convertía en tornados que amenazaban con incrustar rayos sobre tejados, su libre osadía de huracán jugaba a voluntad.
Iba a verla apenas terminaban mis clases de la preparatoria. Al llegar a su casa ella corría hacia mí, daba un brinco y ya la tenía entre mis brazos. Tan pequeña todavía, gustaba de todas las golosinas de moda. Ya me encontraba comprando sus palomitas o sus helados.
La familia no me bajaba de niñera. Es posible que tuvieran razón, debería ocuparme de otras cosas, como ligarme a una niña de mi edad. ¡Pero no!. Me inclinaba por su presencia, por descubrir su mundo que no me agradaba del todo. La malicia con que manejaba su niñez se tornaba en estruendos de mil colores y mil formas. Lo cierto es que me inspiraba demasiadas fantasías, escalonadas en cada ambiente reinante de su inquietud.
Me orillaba a despertar paisajes surrealistas para la composición de cada escenario, dibujando los más impensables paisajes para darle en la madre a la rústica cotidianidad.
Así recogía unos momentos los cuales la escuincla no se imaginaba emanarme. Pero estúpido de mí, descuidaba la escuela y el trabajo, las calificaciones ya eran bajas. El trabajo me servía nada más para cumplirle algunos caprichos.
En fin, no sabía por qué me dejaba llevar por esa modorra mental. La mocosa me ponía a divagar en la nada, convirtiéndome en un mediocre, dejando la oportunidad de poseer la voluptuosidad de este mundo para alcanzar la satisfacción de entender mi alrededor.
De Eloísa no encontraba alguna respuesta aceptable. No era una niña (por ejemplo) con grandes dotes de artista o de otra cosa, pero tal vez sí de musa fatal, claro, nunca se puso a pensar en eso, sus ocurrencias eran más mensas que las mías.
Me hallaba durmiendo por la y en la inconsciencia de ella, sin entenderla en realidad, sin valorar partes abstractas, pero con ramificaciones de túnicas que cubrían otros espacios en otras nuevas noches. Encontraba momentos de lucidez dentro de un sueño, pero tendría que despertar alguna vez.
Me destornillaba desde dentro, desde mi muy escondida fortaleza interna, detenía la simpleza de mi recrear anhelos al querer buscar síntomas que no creía haber tenido. Pude haber logrado nada, quejándome amargamente de mi situar en un lugar demacrado. Dudaba mucho de llegar a una explicación, intentaba proponerme alternativas. Me topaba con deseos marginados para soportar la belleza mal encarada por sus sofisticadas formas, que de alguna manera me entregaba a la oscuridad creadora.
Drogando mi alma con su rostro, drogando al mundo para hacerlo eterno. Podría desparramarme en arrullos que ella nunca me dio, destapando aunque sea un llanto tan esclavo, ‘su simpatía’. Clavando su rostro en la acera de mis sueños que se proponían contar sus mañas, cargando muy bien la espera dentro de su actividad para que sus hormonas hagan crecer su cuerpo.
Se terminan las horas, se desechan oportunidades como el malestar que hace vivir a intervalos y contratiempos macizos con una dulzura atractiva. La mayor senectud es dejar de pensar a favor de sí mismo, sin cantar a la ligera, pero sí hacer un brutal ruido para encontrarse con la paz y acabar con otra paz; la arrasada por ímpetus que han hecho llegar los límites de una situación clave, para dejar abandonar los excesos que habían dejado en claro que, los males deformes se podían arreglar sin donar despistes, con pasos amplios, cuando de súbito la belleza se torna enferma.
Por las noches mi pensamiento se llenaba de ella, eso se convertía en un refugio. Sentía mareas dentro de mí hasta resfriarme de sonambulismo, imaginando a tientas la distancia que me diera el deseo de juntar nuestros cuerpos, para volver a nacer de las entrañas del universo o, un pasaje agradable prendiendo las células, reproduciéndolas para que los árboles hagan casas para vivir allí, también avivando las células para hacer crecer a Eloísa.
Muchas veces no pretendía regresar a la realidad, la roída ensoñación no quería la dilución de mis alas, mis lagos de múltiples realidades desaparecían con todo y la multitud de ojos o de lunas, convencido de que era mejor la noche pues mira infinitamente; el día sólo mira una vez.
Pero a medida que pasaban las semanas me comenzaba a fastidiar de la vitalidad tan pendeja de Eloísa. Sus niñerías me aprisionaban como una modorra ya aglutinada con acciones cancerosas de escarmiento, con un premio provisto de telarañas arcillosas.
Después aparecí dentro de una especie de gran teatro, en donde me representaba como el payaso abochornado y ella la espectadora. Me quedaba con una sensación de tener mis nalgas peladas, con el peligro de un resfrío y, mi garganta raspando el aliento. Su vitalidad podría congeniar con cráteres solubles en sudores. Los reyes de chocolate con nariz de cacahuate ya no eran de importancia. Me sentía en otro planeta. La vivacidad parecía no tener fin, pero cubiertos con parches que con ojos abiertos llamaban a las felicitaciones de moda, encuadernando las historias juveniles, encueradas de sucios suspensos, lidiados con el roer que encubría mi majestuoso anhelo; esfumarme de su vida.
Sin poseer nada de ella, hubiera querido ir a Marte, allí con una muerte lenta, mejor dicho una flor angustiada bajo una sombra. Pensaba en una ruptura, deforme con huracanes limpiando huertos, cayendo en un instante mañanero, conociendo sólo su silencio, sus pesadillas arregladas con una belladona efervescente, arrullando la posibilidad de poseerla alguna vez.

¿Qué podría hacer? Me desmadré puerilmente por todas las dimensiones de un estúpido ensueño, me perdía por todas las partes de la meditación.

Cuando ella ahora ya una mujer me fascina con su cuerpo demasiado atractivo. Con el correr de los años descubrí que sólo era eso; un buen cuerpo. En esos momentos no me detenía a pensar en algunas necesidades más prácticas, sino en las primitivas, las elementales.
La pobre rutina se va transformando en congojas. ¡Insisto!. Estaba hecho un lío, la solución hubiera sido, ir y pararme a la puerta de su casa, expresarle mi intención con un río de palabras, embrollarla para convencerla de que me escuche al menos. Ella tan escurridiza como el agua, quizá por sus líquidos encantos que son los que impulsan a una incitación para abordarla con todas las formas posibles. Con su silencio obcecado e infantil, conspirando un no sé qué, en quién sabe qué mundo, en el cual yo no participaba. Pero sí diluía mis horas, desgarrándolas, insertando clavos en mis pies para quedar clavado en las calles, para no poder caminar hacia ningún lado, tampoco hacia ella.
Pensé bombardearla con chantajes sentimentales, pero me desgasté en infrasentimientos y no pude, me quedé como un garabato de individuo. Había un singular gozo en la situación, sintiéndolo astronómicamente anormal o real a la vez, esa dualidad me había dejado agujeros negros, no encontré la manera de llenarlos, o no se puede.
En lapsos mi mente permanece en blanco disfrutando de la fascinación de la nada, poseyendo momentos para sí, escurriéndose en el espacio a través de longitudes inmensas y pensamientos poseídos en el desliz del vacío que, son los rayos que iluminan ese espacio, aunque llenando el hueco de muchas ideas que pululan tanto como les sea posible.
Un tipo la asediaba, eso me incomodaba. Con mi inestabilidad económica no me sentía el mejor de los partidos. Pero con la esperanza de que en alguna vez encontraría un entendimiento seguí viéndola.
El tipo la frecuentaba con bastante constancia. Los acompañaba eventualmente, según, para encontrar las cualidades del sujeto rudimentario como ella. La muy infame se veía feliz, dejándome en un lugar ridículo. Escogí un camino hiriente, pero con significados, sin entender el mensaje, sin querer inmiscuirme en otros mensajes escondidos en el sobresalir de realidades, para dar un golpe a mi pacífica y confusa rudeza, influirme algún sentimiento de confianza, así dejar el predicamento de permanecer a batallas sosas o, dejar de pisar terrenos insalubres.
Decidí otro intento; la busqué en su escuela. Ella se encontraba muy sumida en una plática con su compañero, muy cordial el desgraciado. Me los enfrenté. Al percatarse de mi presencia se quedan estáticos, nos miramos con un frío interno, el ambiente parecía que estuviera machacando un fuego.
Pero después esos sentimientos humanos cesaron. La escuela se tambaleaba, todos corrían de un sitio a otro, el movimiento de la tierra con gran intensidad aterraba. Nosotros tres intercambiamos las miradas y, luego cambiamos la dirección de éstas, viendo hacia todos lados buscando una salida, paredes y techos se vienen abajo, se desploma una parte delante de nosotros y cae sobre la cabeza de él. Eloísa y yo logramos salvarnos gracias a que alguien nos jaló para otro lugar. Un alumno acariciaba a su compañera o novia, le acariciaba su cabello. Los dos tenían un pedazo de pared sobre sus piernas, decidí correr a tratar de sacarlos, pero mi movimiento no fue lo suficientemente rápido, el resto de un techo cayó sobre ellos y nada pudimos hacer.
Rápidamente corrimos con todo lo que nos permitieron nuestras nerviosas piernas hacia la calle hecha un mar de escombros. Y así como empezó, con brusquedad, así se acabó el temblor de súbito.
No quería recordarlo, pero las huellas se han quedado insistiendo en algunas memorias citadinas.
Esa noche no pude dormir, mis sueños se pegaban a la realidad vivida, se adherían pesadillas suicidas, aunque perezosamente infantiles, no motivaban un pretexto para olvidar lo sucedido. Un buen raciocinio se diversificaba monótono con un paladar casi perdido, me abandonaba en una pesadez sin conciliar un descanso mental.
Una vez regresé allí, abrazando esperanzas que dispersaban aún la condición de ahíncos, para enverdecer la mirada.
Me encontré con un llorar por dentro sin que nadie lo notara, prometiéndome no hacerlo más. Sin aventurarme en terrenos falsos, sin la espalda del tiempo. Cambiando un poco, creando juegos nuevos, ya no en arenas ni en cumbres sino en llamas de ciudad. Aliándome con la luna para desterrar alguna obscuridad.
En mi tentativa de ver nuevamente a Eloísa, encontraba averías con rayas en ruinas, sonso, sin talismanes que no acarician ni destejen sorpresas equivalentes a una improvisación en terrenos poblados por un desorganizado sueño. Sin latir en heterogéneos desvelos que no sabrían alternar con un soporte de ondas que parten de un punto a otro, perdí el enfoque para ya no roer la rutina, soportando los artífices del susto, desvariando por soportar puertas abiertas en apariencia, descalabrando túnicas de ventanas líquidas, con una ruptura de sales amargas que cuentan cada ladrillo que va cayendo. Compendiando esfinges o, algunas estatuas libélulas que se aprecian sin soportar el soplo del aire en un tanque.
El cerebro de Eloísa, como un río frío, descifraba un portal con caracoles y aves de paraíso, saliéndose de insomnios aplastantes que corrigieran su aplaudir lo encontrado nulo sin conocimiento.
Su mirada sería la simbiosis proveyéndose en lagos para refugiarse de martillazos en su territorio, sin un conformismo que pertenece a su sombra, para sus tumbas refrescadas con bullicios destructivos que se enjuagaban expandiéndose con un terror de sobrevivir con pocas neuronas.
Alguien le llamaba infierno asesino a su sensibilidad asesinada, en donde logré la corriente de estados en dichas del feliz juguetón que se desvía de la asechanza, sin glóbulos en flora destemplada, fumando mis intenciones, o mi emoción depositada en un maltrecho recuerdo.
Nadie ha llegado a encontrarla sumisa, siempre activa, con una relatividad de enfoque en lejanía. Sólo puedo guarnecerme de sus tornados, de su truncarse en alguno de sus desenfoques.

Pero el enfado característico en mí no se hacía esperar, ya me la arreglaba para no verla, sin llegar a desdoblarme con la intención de regresar a su casa. Aunque mis térmicos escapes imaginativos temblaban por la imposibilidad de tenerla.
Me hice la idea de dormir solo, sin fricciones, eliminando temas que después se convertían en lagos congelados. Ahuyentando la música cuando ensordecía mi intranquilidad por no verla con su cuerpo cargado de electricidad. Sin encontrarla tranquila en su casa, esperándome sin darle al meollo de la ignorancia, un rostro pálido pegado a la pared, mirándome poseedor de una osadía, por ser tan pueril de encanto que describe mi nula cabida en su mundo. Ella es una ausencia plástica que se desmejora con mi lenguaje cotidiano que a ella le hace reír.
La penúltima ocasión de mi intento de algo con ella, fue una vez cuando llegué a su casa. Pero si una mujer no te quiere, pues no te quiere, pero, allí voy de rogón. En el bote de la basura apenas si cabía un retrato de Eloisa, se lo di hace un año inmediatamente después de haberlo pintado. Me abre, la claridad de su mirada se quebraba al contemplar mi luz, tal vez me engañaba o estaba allí esperando una soga para amarrarme al cuello. Conociendo su malicia que cada día contaba con su elocuencia de atrocidad, dispersando la continuidad de su cabellera lacia que le tapa gran parte de la cara.
Me bombardeaba con una ruidosa verdad. Cuando abrió la puerta un mundo se iluminó, pero después se apagaba lentamente. En el umbral hielan unas palabras, destemplando una escena que no advertí cuando se dejó venir. Se encara conmigo con un “hasta luego” a quemarropa, camina hacia la calle. Pasaron unos segundos para que pudiera reaccionar. Me voy con la pobre intención de que nadie me viera con mi cara larga, mi expresión de enfado y desconcierto.
La dejé de buscar, habría que dirigir la mirada hacia otra parte.
A tientas imagino a todo el mundo a los pies de Eloísa, como si fuera la diosa de todos los habitantes de la existencia portuaria, semejando ideales pasaba acarreada y apresurada por el desconcierto. Gritaba y con llamaradas corría. Pero el espacio y la época cambiaban llevándola para otra dimensión, o para quererla desencajar de la empedrada abnegación. Es la arrogancia en sí misma, de corrientes que no se obedecen descifrando partes de su mundo. Apenas abro los ojos con alcances insospechados. Casi todo se despliega a ella, escuchando también los rumores de lejanías manejadas con tanteos y destinos. Cada uno de ellos son manecillas de reloj a la vez encontradas en remotas esferas atravesadas en el sombrío tiempo complejo, visto en lugares menos esperados y menos espantosos. Apasionada y distanciada con encantos sublimes, para encontrar de repente el manifestado deseo inefable de abrazarla.
La había visto otra vez. Deseaba un encuentro que se prendiera de repente. Podría tener su forma de llevar la vida, sus gustos, claro, yo con otros o quizá los mismos. Puede ser que formando causas de nuestro parecer, conjugándolos. Ella pone un nanogramo de simpatía y yo otro para que al final se quede en el aire todo esto.

Los pálidos polvos despejan la animalidad de peatones y automovilistas. La enemistad con un destino no me aplaude nada, legitimando la excusa para huir. ¿Hacia dónde? No corro para ningún lado, me sepulta la sensación de llevarme a recordar el motivo de esta cita que en momentos se me hace tan ajena o tan lejana, poniéndome en un particular estado de fe; la más difusa persecución de sí mismo, las reminiscencias surtieron su efecto, heme aquí deshaciéndome con un paladar, atrayéndome suavemente y reanimándome.

el encuentro

Hace dos días encontré a Eloísa. Bueno, en realidad la busqué. Con grandes deseos de verla fui a su casa. La puerta se abría, sentí nostalgia. Se recobraban nuevos bríos. Cerré la puerta, huí de mí para querer creer en la venida de un desierto verde, con su atractiva y transparente esencia, lleno de amistades melódicas para dar un paseo nuevamente, para corregir algunas etapas pasadas. Pero sin parques, sin banquetas, sin calles, nosotros solos en ese desierto verde. En altos gastos de su infancia escondida, redondeando su aventura sideral contrahecha, centrífuga, con apariencia centrípeta que ruge sospechosamente deforme, desprendiendo cisternas perezosas de un pacto suicida.
Algunos momentos parten del sinfín esclavo, sin acabar por destornillar esa eternidad que sólo deja la cansada zozobra. Dos paisajes dentro del marco de la acción que se adentra para rastrear a la vez alguna nueva actividad. La voz ronca canta a destiempo, los intervalos ametrallan los lugares que no se detienen en alguna ensoñación.
¿Para qué diablos poseer el tiempo, si el espacio se cansa de tenernos! Los pasos de la ensoñación ahora no parecían rudimentarios, ahora ya no tenía la necesidad de explicar tantas cosas pasajeras, tanto logro de sentido natural. Contemplo su bien formado cuerpo con pretensiones de infiltrarme en ella. Paso cauteloso, pero con voz estruendosa.

Tan amigable Eloísa me recibió, desconcertándome por completo, sin embargo dándome ánimos para empezar con ella una confrontación amorosa. Me gustó aún más su cuerpo suave, Eloísa era la furia, no disfruté su ego antes y después sin su conciencia humana que no vi se ablandara.
No seremos los mismos, no estamos quietos con las cosquillas de irnos lejos para encontrarnos enterneciéndonos en secreto, disfrazando un sentimiento normal que se pierde en la sombra, donde se palpa una alternativa de pasión, el cual se retarda para llegar a un momento dado, no sé si para que se enjuague con una fértil intención, o tontamente se capacite en urbanas confrontaciones, para saberse preparada y, contener las temperaturas donde se licuen las estaciones del año donde se desprendan tientos, haciéndolos alborotos que se calcinan, contrastando jugos de paciencia con cristales somníferos, subsecuentes de meses y años que se pierden en desniveles, sorteando las llamativas y sonámbulas costumbres.
Trato de tomar de la mano a todos los sueños posibles, comparando a todas las realidades con los espectros que sólo ven las mentes de las personas más imaginativas. ¿Cómo saber entonces cual es el enfoque en nuestros sueños? Si tal vez Eloísa miente siempre, divagando como si fuera la mejor manera de saberse inteligente, consternando a todos los estados de mentiras. Dejándola que decida, esperando se quede con lo mejor de sus tentativas, olvidando nadar en su simulacro, en sus no uniformes características suyas.

Quedamos en esta cita, o es sólo la apariencia de no quitarme las alas que una vez bañé en un plano de ensayo de un júbilo, con la sequedad de llanura para dibujar más vidas. Conjugándome en un vagar cabizbajo, apendejado o casi moribundo.
Pero que me encuero de palabras, aunque después me quedé mudo, para no mencionar tantos rostros columpiándose sobre mi jardín lloroso y flotante.
Se abrillantan sus ojos con un rostro a veces inexpresivo que me mira poseedor de una interesada malicia, clavando la osadía de un pueril encanto, sólo encanto. Con lenguaje cotidiano que perece recreando una noria, desgarrando una tragedia disfrazada, con ganas de salir de la casa condenando su belleza que favorecía mi venganza. Ella no sabe que ahora soy aire, que puedo tocar árboles, pastos, puedo lavar mi cara en el río que se sufre, pero que en el inconsciente se derrite como mis castillos sobre mi cabeza, que con una eternidad desarticulan desperfectos y ya carecen de obstáculos, para encontrar remotas posibilidades de entablar una confianza de los desmoralizados arcos de tutelas y, para ya no sembrar asteriscos por toda la ciudad, como si fueran ramas con intenciones de ingerir marcos que se espantan al usar la parte más cortesana de su historia.
Ahora ya sin aguerrida afinidad la citaba para afanarme de su presencia, ella como siempre una interesada. Pero yo quiero boicotear la forma de esperar el consuelo, sin su rollo de cánceres cotidianos que con una supuesta acción heroica acciona estupefacientes.

Albergando la cruel pretensión de darle una paliza a su vanidad, con piernas estoicas que se pierden en su estacionaría caída en lodo, o en longitudes que no incitan maravillas, sino una insensatez movediza de su mente como drenaje profundo que se tapa con piedras en colecta de dramas, de truenos tormentosos con sustos zigzagueantes. Quizá con exactitud de estúpido, consagrando una oportunidad dispareja o tacaña por la disparidad de acontecimientos de vistas a desnivel.

¡La cabrona de Eloísa no vendrá! estoy casi seguro. Los pinches autos siguen pasando con su infinito descontrol, corrompen aún más mi tranquilidad ya en peligro.
Una camioneta roja me llama mucho la atención. ¡En la madre! en su interior se encuentra Eloísa acompañada de un tipo, demasiado alegre la muy infame. La frialdad del día no se compara con este cubetazo con agua helada que me ha dado. Pero mi mente arde dentro de un remolino lleno de explicaciones que me doy solo puesto que ella no me las dará.
¿Qué no me ve? el juego con ese güey se rasca en lo más trillado de las escenas de parejas en un auto, que aprovechan el semáforo en rojo para hacer de su empalagoso instinto un disparatado mar de calientes manoseos e intercambio de saliva con microbios malignos.
¡Eso es! son unos cochinos los desgraciados, porque han ensuciado mi afán en la esperanza o en la deleitación de la espera, para conocer un devenir con mejores colores.
El semáforo cambia a verde, el auto arranca, Eloísa voltea hacia mí, me mira y saca su lengua. Mi rostro estático se hiela aún más. No hay una mínima posibilidad de desintegrarme. Pero mi pensamiento es confuso, esto tan estúpido me pasa, quedo como empantanado en la parte trasera de mi soliloquio, en transversas túnicas que se escapan de una explosión de suelos perfumados con pasajes equivocados. Me han visto la cara con esta textura otoñal de primavera.
Rastreo las tempestades con llagas en las nubes, que hacen hielos cargados de contaminada destreza, al querer arremeter contra una nueva vivencia aparatosa con aliento de pesadumbre.
Me quedo todo pendejo mirando el Café de enfrente, con las meseras todavía con la misma expresión.
Eloísa en algún día claro se deslumbrará con su brillantez, pero ella agotada no poseerá nada mío porque nada ha querido, ni mi límite de tiempo, ni mi apenada astucia, con lagos sin aves y sin cascadas arrulladoras.
Descarto una noble altura que se enjaula en las penumbras, para que cuando haya luz pululen esas caras grotescas que rasgan fisuras perdidas con la idea de conclusión, para ya no calentar esperas en ninguna parte. Estoy en el despoblado perfecto adonde me han orillado esos millones de habitantes. No me dejan alguna cabida, ni me dejan esmerar en un entendimiento para dislocar una pieza que embone con mi sueño ayunado, para no despertar nunca de estas paupérrimas vacaciones de las malas vibras, qué hacen entrar en los ocasos perpetuos, que contienen disparejas mezclas, que sacuden su maldad en un triángulo configurado en un malestar, en luegos, en mañanas, en alicaídas tardes con la noche ociosa que carga desbaratados encuentros. Sin resguardar la maña para encontrar algo ahora que tanto busco, para destapar nada, ni después de tanto buscar, enlodando encontronazos, cargando a cuestas el tantear estar con nada, despintando un poco la osadía de un rescate a mí mismo, sin poseer cualidades por tanto rumiar para dejar libre la retirada, yendo en partes divididas. Mi nariz ya no percibe, ni mi oído, ni mi olfato y sin tacto para dilatar los minutos murmurantes al morirse por falta de sagacidad.
Quisiera ahuyentar esta porción de gérmenes citadinos que gratuitamente llevan pordioseros jubilados a corroer los días. Se maravillan los insensatos porque han querido el vacío sin poder acabar con el cielo, confirmando la dislocación del tormento sobre las calles que son espejos sucios pero que limpian mis pisadas, entendiendo que una descortés vereda planeada no sale de su cielo despejado, para llevar a la calma la vegetación barrendera de humos que no dejan pensar ni aguantar más el dejarme en un abandono de asfixia, por este ruido sobre mi cabeza. Busco un regalo de alguna mancha de sueño, así cortar los lazos de realidades y emprender una silueta que se aleja, allá donde el agua se hace naufragio o donde se quiere encontrar un remedio para acortar una cita verdadera, en corredores de sustos y risas para que algunos aleteos no vuelvan solos, o acompañados con sombras cuadradas que quepan muy bien en los círculos de la mañana nublada. Y mandar un mensaje a las descubiertas aldeas urbanas, con pinturas llenas de rostros tan diversos como sosos, con alguna presencia que no percibe su forma pero sí sus pausas inestables.
He cambiado la satisfacción a causa de las ráfagas gaseosas que me cubren intoxicándome. He derrochado el día que aglutina la manifestación de alternativas que cuentan los años que favorecían un proyecto, sin tomar en cuenta impresiones que han enfurecido mi entendimiento. No todo cayó tan fácilmente, aunque podría perderse el espíritu emprendedor empapado de un deseo; clavarse sin sol, comprendiendo aislada la memoria y particularmente desmejorada. El difícil espanto mortal hizo devenir el cloroformo en realidades diarias, participe en trayectos, colocó la primera piedra al armazón, donde quedó el día marginal inmerso sin remedio, oscilándose deforme.

continuará…

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